La vieja ciudad ha muerto, ¡larga vida a la nueva ciudad! ¡Y que sea inteligente!

Cuando nos demos cuenta de que la pandemia del COVID-19 ha atacado los cimientos de la principal invención de nuestra civilización: las ciudades, probablemente sea tarde. La pandemia ha atacado prácticamente todo lo que justificaba el vivir en sociedad, todos juntos, reunidos, en cercanía, congregados y en encuentro.

Una rápida respuesta a esto, fuera de lo sanitario, ha sido el teletrabajo y la educación a distancia. Los espacios laborales naturales debieron modificarse o ser otros. Lo mismo ha pasado con la educación, que implementó la digitalización de los ambientes de aprendizaje, la educación a distancia y la aplicación de las TIC en el aula.

En una ciudad inteligente, cuya columna vertebral son las TIC, las empresas y los gobiernos intentan implementar soluciones de emergencia, pero es conveniente gestionar de una manera razonada y probada a los empleados remotos (públicos y privados) y a los educandos de los diferentes niveles.

Cuando el polvo se asiente en este experimento global de homeworking, el trabajo flexible puede verse como necesario para la supervivencia futura de las empresas. No solo porque este virus no será el último, ni porque las partes interesadas reconozcan los beneficios de largo alcance del trabajo flexible, sino también por el ahorro de costos que este hará posible, durante la inevitable recesión posterior al COVID-19.

Cuando la pandemia termine, la experiencia generada con el teletrabajo, organizado con buenas prácticas de gestión y colaboración, marcará una nueva era en las relaciones laborales. Pasará a ser un activo de las compañías inmersas en las ciudades inteligentes y nos daremos cuenta de que la forma de hacer nuestro trabajo cambió a una velocidad que no esperábamos, y la educación a distancia habrá llegado para quedarse.

Una oportunidad para un reiniciar

Este problema inesperado revela que nuestra sociedad todavía no está tan digitalizada como debería para enfrentar ese tipo de desastres y que la necesidad de las ciudades inteligentes está presente. Muy pocos países han definido políticas de desarrollo de ciudades inteligentes como estrategias nacionales; solo hay acciones, algunas incipientes, a niveles municipales o provinciales.

Deben generarse políticas que apunten al desarrollo de proyectos de Inteligencia Artificial, Big Data, Machine Learning, Internet de las cosas, seguridad ciudadana, conectividad, gestión de residuos urbanos, iluminación inteligente, plataformas de gobierno abierto, infraestructura pública, ciberseguridad, verticales de transporte, energía, agua, salud, educación, agricultura, donde puedan ser creadas y desarrolladas innovadoras soluciones tecnológicas. Adicionalmente, se deben fomentar las nuevas tecnologías emergentes bajo el concepto de ciudades inteligentes y formar profesionales con títulos de grado acordes.

Esta pandemia puede verse como un llamado de atención sobre la falta de inversión en nuevas tecnologías. También desnuda la falta de estandarización entre los proveedores de tecnología de ciudades inteligentes, aspecto sobre el que es urgente trabajar para mejorar la comunicación y democratizar su ámbito tecnológico, para fomentar la equidad y la transparencia entre las partes interesadas y generar mayor cooperación en caso de desastres.

Estamos ante una oportunidad para explorar la estandarización de la comunicación entre ciudades inteligentes, además de la forma de lograr la resiliencia urbana. Podríamos haber creado “roadmaps”, “lecciones aprendidas” y “riesgos para planificar” sobre la respuesta al COVID-19. O, como en China, haber utilizado drones equipados con altavoces y cámaras para comunicarnos con los residentes, sobre las normas y las precauciones exigidas por el gobierno. También podríamos haber usado tecnología de reconocimiento facial para realizar un seguimiento de los infractores de cuarentena. Son todas tecnologías de las ciudades inteligentes, como lo son los mapeos GIS y las tecnologías analíticas, que impedirían ciberataques contra objetivos médicos. Podríamos crear un nuevo Libro Blanco del sector tecnológico, los posibles efectos a corto y largo plazo del COVID-19 y recomendaciones para afrontar la situación; y que las ciudades inteligentes reciban un impulso a la inversión.

Pero, para lograrlo, debemos aprender de la lección de no tener legislaciones que “empujen” a la concreción de proyectos de ciudades inteligentes en nuestro país. Para crearlas, debemos reunir a los mejores en estos temas, y así avanzar en la dirección adecuada.

Fabian Garofalo
Fabian Garofalo

Por: Fabián Alejandro Garófalo.
Asesor de organismos de Estado, fuerzas de seguridad, de la Red de Ciudades Inteligentes de Argentina (RECIA) y del Instituto Ciudades del Futuro